Metamorfosis



Sabemos poco. Menos que nunca. Se habla de Catástrofe. Se habla de Acontecimiento. En las dos situaciones hay un antes y un después, aunque en la catástrofe se cuela la visión apocalíptica, sin retorno.

 En el libro III de La Metamorfosis de Ovidio, Tiresias es mencionado:

 “Mientras tales cosas sucedían en la tierra por ley del destino, y la niñez de Baco, dos veces nacido, estaba a salvo, cuéntase que Júpiter, distendido por el néctar, dejó sus graves inquietudes a un lado y se puso a bromear despreocupadamente con Juno, ella también relajada, y le dijo: -Vosotras desde luego experimentáis mayor placer en el amor que los hombres-.  Ella lo contradice. Deciden consultar el parecer al sabio Tiresias. Conocía éste el placer de uno y otro sexo; con su bastón había molido a golpes a dos grandes serpientes cuando estaban copulando en la verde selva, y convertido, ¡oh prodigio!, de hombre en mujer, había vivido siete otoños como tal; al octavo vio de nuevo a las mismas serpientes y dijo:- Si vuestras heridas tienen tan gran poder que cambian el sexo del agresor al contrario, voy a heriros ahora de nuevo. Una vez apaleadas dichas culebras, regresó su forma anterior y vino su figura natal. Elegido, pues, como árbitro de la cómica disputa, confirmó las palabras de Júpiter. Dicen que la Saturnia se llevó un disgusto desmedido y desproporcionado con el caso y condenó a una noche eterna a los ojos de su juez. Más el padre todopoderoso, puesto que a ningún dios le está permitido anular la obra de otro dios, en compensación por la privación de la vista, le concedió conocer el porvenir, aliviando el castigo con este honor”.

 Este pequeño relato se viralizó en las tradiciones de Occidente. Se talan muchos árboles para fabricar papel en el que se inscriben infinitas teorías sobre lo femenino y lo masculino; la metamorfosis pasó de la ficción al bisturí de la ciencia; el castigo a quien pretenda dar testimonio verídico de sus experiencias sigue siendo coronado con glorias o quemado en hogueras nuevas, según la ocasión.

 Pero harían falta muchos siglos para que el joven Kafka advirtiera que la metamorfosis es el núcleo duro de la tragedia. Y este saber suyo se hizo universal. El cambio de las formas anatómicas aparece así en su Metamorfosis:

 “Cuando Gregor Samsa se despertó una mañana después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. Estaba tumbado sobre su espalda dura y en forma de caparazón y, al levantar un poco la cabeza, veía un vientre abombado, parduzco, dividido por partes duras en forma de arco, sobre cuya protuberancia apenas podía mantenerse el cobertor, a punto de resbalar al suelo. Sus muchas patas, ridículamente pequeñas en comparación con el resto de su tamaño, le vibraban desamparadas ante los ojos.- ¿Qué me ha ocurrido?-pensó. Recordemos el principio del fin: -¿Muerto?-dijo la señora Samsa, y levantó los ojos con gesto interrogante hacia la asistenta, a pesar de que ella misma podía comprobarlo, e incluso podía darse cuenta de ello aún sin comprobarlo. -¡Ya lo creo!-dijo la asistenta, y como prueba empujó el cadáver de Gregor con la escoba un buen trecho hacia un lado. La señora Samsa hizo un movimiento, como si quisiera detener la escoba, pero no lo hizo”.

 Tiresias anuncia con la condena a la ceguera que es conveniente no ver algunas cosas, o al menos no hablar de lo que está a la vista; en cuanto a su clarividencia, es claro que más que ser un alivio, fue lo que prolongó su suplicio. El sigilo, lo “políticamente correcto”, la demagogia, la hipocresía para zafar, se convirtieron, por miedo a sufrir el destino de Tiresias, en legado para incontables generaciones  de seres humanos que merced al sentido común aprendieron a salvar su pellejo.

 Pero resulta que Gregor es alguien que no aprendió la lección. A él no lo mordió como a Tiresias una serpiente. El insecto monstruoso lo capturó para siempre. Tiresias por su franqueza perdió la vista, Gregor Samsa quedó fuera del lenguaje hablado (no del pensamiento torturante) por denunciar el hastío y el horror del “sentido común”. Parece que los animales  siempre auxiliaron a los escritores y promovieron fábulas morales.

¿Y este bicho covídico?. Entra por los ojos, entra por la boca, disemina opinadores infinitos sobre su naturaleza y sus efectos, transforma el cuerpo parasitado, condena a la asfixia, convierte la piel antes acariciada en escamosa. Nadie, de los que más lo conocen, dice nada. No anuncia el advenimiento del Apocalipsis ni del Hombre Nuevo. En todo caso nos recuerda a los humanos nuestra precaria condición de animales heridos, nuestras fronteras siempre frágiles para la obscenidad. Nos recuerda que la naturaleza humana no cambia, feroz o bondadosa.

 La tierra precisa almas antiguas para curar sus heridas.


                                                                                            Isabel Steinberg


* Especial para Sátira y Musa y Los Verdes Platónicos


  Ilustración: Nicolás García Sáez 

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