Texto de Isabel Steinberg sobre su experiencia de lectura e interpretación de "24 horas con mi Álter Ego y mi Súper Yo", obra de teatro de Nicolás García Sáez

Hace un tiempo escribí, en el prólogo de “24 horas con mi Álter Ego y mi Súper Yo” que Nicolás García Sáez hace estallar todos los uniformes y las convenciones de la Academia, escapando de la vigilancia de la Policía Psicoanalítica. Ahora debo hacer una confesión. Necesito hacerla. Ayer, 9 de septiembre, me interné en una experiencia que podría definir como una de aquellas de los “placeres sencillos” que narraba Jane Bowles. En una casa amiga de La Boca, y frente a amigos, me atreví a ensayar una lectura actuada de esta obra. Primero la traduje al género femenino, después me metí en el cuerpo de esa mujer expuesta a 24 horas de pendulación entre la vida y la muerte. Me metí, me perdí, me encontré siendo escuchada y leyendo la obra como si fuera la primera vez. Milagro de lo presente que se espacializa en un instante que es de parpadeo.
Si, como nos enseñó Camus, la única cuestión verdaderamente relevante para la filosofía es la del suicidio, es en el monólogo y sus meandros en el que la protagonista deja definitivamente de creer que el yo es el yo, donde el espacio-tiempo hace que lo familiar se vuelva ajeno y lo ajeno entrañable. Estas 24 horas de dolor petrificado y regado de un humor negro, mordaz, implacable y piadoso a un mismo tiempo, me conectaron con lo que de extraño e íntimo llevamos todos a cuestas: el flirteo fascinatorio en el que nosotras, nosotros, fuimos alguna vez llamados por el abismo. ¿Alguna vez?


Isabel Steinberg





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